El Plagio.
Por: Dr. José Guadalupe Estrada Rodríguez.
En los novísimos y transformados tiempos que están corriendo, la sospecha de plagiar se ha convertido en una especie de escrutinio indeseable, aquél al que todos quisieran evitar ser sometidos para indagar si entre sus conductas pasadas se encuentra la sospecha de haber caído en esa mentecatez. Es como en la época posterior a la Segunda Guerra Mundial, donde se esculcó al mundo entero para ver si no quedaban por allí vivitos y coleando nazis que se hubiesen escondido por acá y por allá y que participaran en los horrores que todos conocemos por los relatos con que nos ilustra la historia.
Una Ministra de la Suprema Corte de Justicia fue acusada de tal pecadillo, se dijo, cometido en sus épocas de juventud, aquéllas en la que la carne está al rojo vivo y la conciencia es livianísima, no alcanzando la pesadez que se requiere para tomar buenas y pertinentes decisiones. Resultó que no sólo se demostró, racionalmente hablando, el plagio de su tesis de licenciatura, sino que, se encontraron elementos suficientes y convincentes para suponer que también un trabajo de posgrado presentado por la susodicha merece el mismo calificativo de falsedad. No obstante la multi aludida trató de defenderse, cual abogada chicanera sin escrúpulos, con diversas triquiñuelas legales, entre más hablaba, apelaba e impugnaba, más se hundía, pues salían a la luz más y más contradicciones y evidencias incriminatorias. Hasta ahora nada ha pasado, y la togada en cuestión sigue feliz, contenta y sin que ese pequeño desliz académico le quite el sueño en lo más mínimo. De hecho, en su arrogante sonrisa, varias veces capturada por la televisión o en fotografías, se puede vislumbrar la impune seguridad en la que se respalda.
También ha sido noticia de primera plana las diversas acusaciones de plagio que se han realizado a las de hecho, dos mujeres candidatas, precandidatas, corcholatas, aspirantes (presidenciales), o como se les quiera llamar, ya la verdad no supe cómo quedó la desregulación electoral con estas campañas electorales que no son campañas, pero lo son. A las mencionadas se les acusa de lo mismo, de haber incurrido en esa flaqueza de espíritu para presentar ante una comunidad universitaria ideas propias que son ajenas. De estas sendas acusaciones apenas está empezando el escándalo, y en los días que vienen vamos a tener muchísima tela de dónde cortar para el gusto y entretenimiento del pueblo bueno y sabio, la preocupación de los patrocinadores y simpatizantes de estas mujeres y la utilización maquiavélica de sus detractores.
La Real Academia de la Lengua (RAE) define plagio como la copia de obras ajenas haciéndolas pasar por propias. En el ámbito académico el plagio es usar palabras o ideas de otras personas como si fueran propias.
En términos morales el plagio implica una deshonestidad, un engaño, un vicio, una vileza, una falla del carácter, una indecencia, una desvergüenza y otros calificativos similares que dan una precisa idea de la persona que lo realizó, considerando que los seres humanos somos lo que hacemos, no lo que decimos que somos o lo que otros dicen de nosotros.
Por estos andurriales de país no creo que pase la gran cosa con estos casos anotados, pues las frases y dichos de la sabiduría popular, inventada o reproducida a veces por algunos de sus más notables miembros, definen con exactitud la sociología del mexicano, y seguramente se dirá algo así como: “la moral es un árbol que da moras”, o bien “el PRI robó más”, etcétera.
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