Dr. Guadalupe Estrada R.

Acapulco.

Por: Dr. José Guadalupe Estrada Rodríguez.

Resulta del todo complicado no intentar unas líneas sobre el desastre de Acapulco. Y nos referimos no sólo al desastre meramente físico, digamos de pérdida de vidas humanas y de infraestructura hotelera y de vivienda. Sino también la calamidad social y la política que estamos sufriendo día con día en las noticias verídicas y también falsas que nos llegan a través de diversos medios de comunicación.

No se trata tampoco de esgrimir algún comentario meramente carroñero, como se ha calificado a todo aquél que ose dar algún punto de vista alejado o crítico sobre la actuación de las autoridades en el particular, sino simplemente de poner en una perspectiva bastante general y objetiva sobre lo que sucedió, está sucediendo y sucederá en en largo plazo, pues un desastre de esa magnitud deja secuelas por décadas, no digamos unos pocos años.

En primer lugar, debemos estar conscientes de que la sociedad en general carece de los elementos técnicos indispensables sobre el comportamiento actual de los huracanes para emitir una sentencia certera sobre la predictivilidad de tal fenómeno y las líneas de tiempo precisas para evaluar la actuación de quienes detentan la responsabilidad gubernamental, como lo exigen las normas jurídicas, es decir, una conducta con diligencia y cuidado, con responsabilidad y atentos a las condiciones correspondientes. Son por tanto, de una inutilidad manifiesta los análisis que sobre el caso se han hecho: que si ya sabían con tiempo del desastre, que debieron haber observado tal conducta, etcétera. Lo que si podemos afirmar categóricamente es que algo se pudo haber hecho con horas de anticipación y, lamentablemente, no se hizo nada, absolutamente nada. Ni un aviso, ni un mensaje, ni una advertencia siquiera, vamos, ni un aguas, ahí va algo. Eso es imperdonable, a la luz de cualquier juicio de responsabilidad legal y más aún, el más despiadado: el juicio de la historia.

Sobre lo anterior, hay relatos puntuales y escuchados en primera persona de quien estas líneas mal escribe, por ejemplo, de que se desarrollaba una fiesta en un hotel en la noche del desastre, con mariachi, buena comida, vinos caros y exquisitos, etcétera. La juerga fue cambiada de salón la primera vez porque, una vez destada la tormenta, se inundó el salón donde estaban. Los comensales, medio ebrios, exigieron a la gerencia del hotel cambiar de lugar la fiesta, y se fueron a un piso superior. En el piso superior, también tuvieron incomodidades pues una ventana colapsó y empezó a entrar agua. Luego, igual, se exigió el cambio de sede de la pachanga y se consiguió trasladarla a un espacio más pequeño pero impermeable y con paredes sólidas y seguras. La farra continuó hasta otro día. Cuando el sol se coló, los jaraneros, al salir a la calle, se dieron cuenta del grandísimo cataclismo que habían ignorado, seguramente por su estado más que etílico. Los mariachis corrieron despavoridos, aventando guitarras y tololoches, hacia las colonias donde se ubicaban sus familiares, presintiendo una devastación bíblica.

Nadie avisó. Impensable en los tiempos de las comunicaciones instantáneas, satelitales, el Whatsapp y todas las redes sociales.

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