Contar cuentos.
Por: Dr. José Guadalupe Estrada Rodríguez.
Leía en un pasquín de circulación nacional que en las semanas que vienen vamos a ser inundados con algo así como 22 millones de spots de los candidatos y partidos políticos para las elecciones que se avecinan. Vamos a escuchar eso en la radio, la televisión, periódicos, revistas, redes sociales y en cualquier medio de comunicación que pueda transmitir tanta basura. En el carro, en el tren, en el camión, en el avión, desayunando, comiendo, y hasta en las soledades donde se desfogan las más básicas necesidades humanas.
Dicen los que saben que el ser pensante, o sea, nosotros, somos animales que básicamente conducimos nuestros destinos, construimos el pasado, vivimos el presente e imaginamos el futuro a través de las historias, de los cuentos, pues. Esta característica viene adaptada hasta de manera genética, siendo que se nos formó esta capacidad intelectual y emocional desde la época en que nuestros antepasados andaban de cazadores – recolectores, es decir, cuando alrededor de una fogata comenzábamos a gesticular y emitir algunos sonidos que se asemejaban a palabras y con ello entretejíamos las primeras historias. Es pues, esta cualidad consubstancial a nuestra forma de ser. No hay nadie que escape a la magia de un relato bien elaborado. En aquéllos ayeres prehistóricos, se transmitía de generación en generación una narrativa que nos explicaba como entidades ontológicas y que nos daba un lugar en el mundo.
Las crónicas que se transmiten se pueden basar en hechos reales o imaginarios, eso es lo de menos, pero siempre con una interpretación particular y sesgada acorde casi siempre a los intereses de las clases dominantes, esto último, vigente desde el momento cuando se formaron las primeras agrupaciones o ciudades con cantidades considerables de seres humanos y se edificaron las primeras civilizaciones.
Cualquier cultura funda sus cimientos en una o varias historias que dan identidad, pertenencia y unidad a un número indeterminado de sujetos. Sin ello no es posible vivir en sociedad. Allí está, por ejemplo, en la Roma Antigua los relatos de Rómulo y Remo, el origen troyano de su sangre, los Dioses del Panteón y de los cultos privados y su creencia inveterada de que eran el pueblo llamado a conquistar el resto del mundo conocido.
Para acceder al poder, los candidatos, y candidatas, por aquello de que no se me vaya a tachar de antifeminista, van a inventarnos un montón de historias, la gran mayoría totalmente falsas o tergiversadas, atendiendo a sus particulares y exclusivos intereses: que si van a acabar de una vez y para siempre con la corrupción, cuando ya nos lo han dicho infinidad de veces; que si ahora sí vamos a administrar la abundancia, que habrá pensiones para todos y de mucho dinero, cuando seguimos y seguiremos jodidos si no implementamos una cultura del trabajo; que los españoles y los neoliberales son las causas de todos los males, por ello, en un futuro, vamos mejor a adorar a los Dioses aztecas; que el libre mercado y el combate a los monopolios es lo que debemos implementar como políticas públicas, cuando en México siempre hemos vivido, en lo fundamental, en lo que se llama un capitalismo de cuates; que ahora sí tendremos un sistema educativo como en Inglaterra o Harvard, y que las enfermedades son cosa del pasado porque construiremos un sistema de salud como lo hay en las galaxias vecinas, etecétera, etcétera.
No hay ni a quién creerle, pues.
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