Meditaciones de Marco Aurelio.
Por: Dr. José Guadalupe Estrada Rodríguez.
En la pasada entrega comentábamos, no sin un dejo de sarcasmo, que vivimos en el país de las grillas eternas, es decir, sólo vea los periódicos, ponga atención a los medios de comunicación, analice las pláticas de pasillo y en las conversaciones familiares y casuales, y podrá constatar sin lugar a equivocarse que lo nuestro, lo nuestro, es la grilla, esa intermitente y constante inclinación social de existir para la política. Por esta misma razón se hace necesario alejar la atormentada mente de esa avalancha electoral de podredumbre y basura que ahora nos rodea y nos sepulta. Entonces, nada más indicado que sumirse en una buena lectura, para evitar precisamente que las neuronas, por cansancio y sobre exposición, se vayan a reventar o a fundir, cual viejos focos de resistencia eléctrica.
En estos menesteres andábamos cuando nos topamos con el texto “Meditaciones”, del emperador filósofo Marco Aurelio. El libro fue escrito, según los biógrafos, en las duras campañas castrenses en el norte del Imperio Romano y es una de las cimas de la introspección y espiritualidad humana. Allí encontrará en plenitud las ideas de la filosofía estoica que predicaba el autor, y los temas de la dignidad, la pequeñez de la existencia y el sentido mismo de la vida son un perfecto pretexto para huir de esta contaminación psiquiátrica que en tiempos electorales aqueja a todos los mexicanos, lo sepan o no.
Sólo a guisa de ejemplo, y para animar al descuidado lector a hacer una inmersión en el mismo, citaremos:
“… la vida más larga y la más corta vienen a ser lo mismo. El presente es de igual duración para todos, y lo que se pierde también igual y, en definitiva, sin importancia. En cambio, no podríamos perder ni el pasado, ni lo venidero, porque ¿acaso se le puede arrebatar a uno lo que no tiene?”
“No olvides tampoco que la vida se limita para cada uno de nosotros, al tiempo presente, que sólo es un fugaz intervalo; el resto de la existencia no existe, o es incierto. Por consiguiente, la vida de todo ser, no representa casi nada; el lugar donde transcurre, no es más que un rincón insignificante de la tierra, y la reputación más duradera que uno deja tras de sí, apenas vale algo, pues se transmite mediante una sucesión a individuos insignificantes, que a su vez deben morir también, que no se conocen a ellos mismos y que, como es natural, conocen mucho menos todavía al que murió hace mucho tiempo”.
“… la mayor parte de nuestras palabras y de nuestras acciones son inútiles; luego suprimiéndolas tendremos más tiempo libre y menos preocupaciones. Es necesario, pues, repetirse cada instante: esto, ¿puede serme acaso de alguna utilidad? Y no sólo debemos evitarnos las acciones, sino también los pensamientos que no son necesarios. De esta manera las acciones que ellos arrastran no llegarán a tener realidad.”
Si usted se distrae un poco con estas líneas, entonces habremos contribuido un poco no sólo a la felicidad humana en general, sino a su salud mental en estos tiempos de contiendas partidistas que provocan lo menos, y científicamente hablando, algunas disonancias cognitivas.
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