Ovidio Vigente.
Por: Dr. José Guadalupe Estrada Rodríguez.
Es una característica humana el pensar que lo que nos está pasando es la primera vez que acontece en la historia. Nada más alejado de la realidad. Por ejemplo, solemos considerar que somos iniciados en los asaltos de los gobiernos populistas y mentirosos, y hablo de cualquier lugar en la actualidad: norte, sur, oriente y poniente, etcétera. Pero, veamos, allí está Julio César, los Gracos, y otros en la Antigua Roma, que es lo mismo de lo mismo. Gobernantes medio chiflados, indecentes y atrabancados, pues no vayan más lejos, los Tiberios, Calígulas y Nerones nos codean cada vez más con sus locuras intermitentes.
Los textos del poeta Ovidio, quien nació el 20 de marzo del año 43 a. C., son un clarísimo ejemplo de que las circunstancias relacionadas con el amor, por aquello del pasado 14 de febrero, son aspectos de la vida que continúan idénticos desde hace más de dos mil años, por lo menos bien registrados en la historia, y que son temas tan equidistantes y a la vez similares en sus consecuencias finales.
Para demostrar lo anterior, y dejar claro que no hay nuevo bajo el sol, ahora citaremos varios de los consejos sobre el afecto homínido que el autor citado recomendaba ya por aquéllos lejanos entonces (asesoramientos que dejó plasmados en sus obras: Amores, el Arte de Amar y Remedios Contra el Amor):
En el Circo, siéntate al lado de tu amada, si nadie te lo impide; acerca tu costado al suyo todo lo que puedas, sin miedo, puesto que, aunque tú no quieras, la estrechez de los asientos y la cantidad de gente del lugar obligará a juntarse y rozarás a la joven.
Mucho amor germina en la casualidad; tened siempre dispuesto el anzuelo, y en el sitio que menos lo esperáis encontraréis pesca.
Yo me someteré al amor, aunque me destroce el pecho con sus saetas y sacuda sobre mí sus antorchas encendidas.
Detesto esos lazos en que el placer no es recíproco, por eso no me emocionan las caricias de un adolescente, odio a la que se entrega por la necesidad y en el momento del gozo piensa indiferente en el huso y la lana. No me satisfacen los dones dados por la obligación y dispenso a mi amada sus deberes con respecto a mi persona. Me produce placer oír los gritos que delatan sus intensos goces y que me detenga con ruegos para prolongar su voluptuosidad. Siento dicha al contemplar sus desmayados ojos que nubla su pasión y que languidece y se niega insistente a mis caricias.
No creas demasiado a la luz engañosa del candil: para valorar la belleza, la noche y el alcohol son un estorbo. De noche se ocultan las faltas y se quita la importancia a cualquier defecto. Es el día cuando has de examinar el rostro y la figura.
Ten la precaución de conocer antes a la criada de la muchacha que vas a seducir; ella te allanará el camino. Sobórnala para que mantenga en secreto vuestros devaneos.
Entre otras.
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