ColumnasDr. Guadalupe Estrada R.

Sobre asonadas legislativas.

Por: Dr. José Guadalupe Estrada Rodríguez.

Ya desde hace muchos ayeres hemos insistido en nuestra convicción de que la relación de los mexicanos con la legalidad es, por decir lo menos, un desastre. No nos gusta obedecer las normas jurídicas cuando ello conlleva una merma o menoscabo en nuestra situación de normalidad acomodaticia. Desde niños aprendemos, por ejemplo, que los signos de no estacionarse o las luces rojas de los semáforos son para aquéllos automovilistas faltos de imaginación o cuadrados como los contadores, como nos dicen nuestros padres al evadir tales regulaciones de tráfico. Si no hay un tamarindo a la vista, calificativo despectivo para referirnos a un oficial de tránsito, es de una normalidad cínica el ocupar los espacios reservados para los inválidos. De esta manera, inclusive, demostramos nuestra inteligencia social a nuestros vástagos, pues dejar el vehículo a cien metros más allá está apartado para los mentecatos en potencia, y, evidentemente, el infante, como todos los infantes, aprenden más con el ejemplo vivo que con discursos paternalles llenos de incongruencias.

Tal herencia relacionada con el desprecio a la ley, seguramente nos viene de manera directa desde las prácticas de poder en la Antigua Roma, donde el declive de la legalidad comenzó con el desprecio al Senado por parte de los legionarios y centuriones, quienes obedecieron más a sus mandos castrenses, lo que desembocó en el fin de la República y el inicio del Imperio, de este momento pasamos por la conquista de los territorios que ahora son España y de allí, pues ya sabemos, hasta nosotros. Válganos la simpleza histórica, pero que para efectos pedagógicos, es la adecuada.

Podríamos decir, sin temor a equivocarnos, que el resumen que nos proporcionan los antecedentes citados, nos indican que la ley simplemente es la regla del más fuerte, de aquél que con sus recursos económicos, políticos o de cualquier naturaleza puede imponer su voluntad sobre los demás. Conceptos tales como la racionalidad jurídica, el bien común, la división de poderes, el federalismo, los sistemas de pesos y contra pesos gubernamentales, los derechos fundamentales, los límites al poder a través del principio de constitucionalidad y legalidad, y tantos y tantos más que vienen a constituir los cimientos sobre los cuales se erigen los edificios de las modernas democracias, son meras invenciones de los neoliberales para mantenernos en el mismo estado de fregadez existencial.

Es por lo anterior que no nos sorpendió, aunque si nos llamó a la alarma, los acontecimentos suscitados recientemente en la Cámara de Senadores, en donde, en un lapso de apenas unas pocas horas, tal cuerpo legislativo, fuera de su recinto normal de sesiones, sin el quórum legal previsto para el incio de los procesos de manufactura de las normas jurídicas, procedió a crear, modificar y extinguir varios cuerpos legales en caliente y sin previo aviso, como se dice, siendo que este trámite en donde se prevé que cualquier creación, modificación o extinción de un instrumento legal debe pasar, necesaria y estrictamente por las etapas de iniciativa, discusión, aprobación, sanción, publicación, etcétera, nunca fueron observadas, y no porque los aludidos representantes de un solo hombre (no del pueblo), no hubiesen sido debidamente instruidos sobre estos requerimientos procesales, sino simple y sencillamente, porque priva la ley del más fuerte, la regla del cavernícola, la directriz de Don Riatas, ya que aquí creemos en la frase sempiterna “hágase la justicia en los bueyes de mi compadre”. Etcétera.

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