ColumnasDr. Guadalupe Estrada R.

Las enseñanzas de Nerón

 

Por: Dr. José G. Estrada

Furioso ruge el mar. En el mediterráneo el rojizo círculo solar comienza a tocar el agua, a lo lejos, por el horizonte. Es pleno verano y el calor, la sal y el sudor de los cuerpos de los soldados del ejército imperial y de la guardia pretoriana tienen el efecto de irritar los ojos cansados después de una gran batalla en contra del Dios Neptuno. Una legión completa lucha desgarrando inútilmente el líquido pesado del océano. El emperador Nerón Claudio César Augusto Germánico, quien también blande un gladio ensangrentado de agua de mar, con el nivel hasta el pecho y rodeado de sus pretores, se da media vuelta hacia la orilla y declara vencedor, por enésima vez, al gran imperio romano. Unos campesinos que pasean por la orilla no dan crédito a lo que ven sus ojos: una gran milicia dando estocadas a diestra y siniestra, luchando contra la nada, batiendo a fantasmas invisibles. El hombre sobre el burro comenta con un susurro, con evidente temor a ser escuchado: “es el emperador loco”.

El anterior relato lo dan como cierto varios historiadores, al afirmar que, en una ocasión, a Nerón se le ocurrió la puntada de declararle la guerra al Dios del Mar, y ordenar un ataque frontal de ridícula demencia en contra de las olas embravecidas.

Al igual que Calígula, de quien comentamos rasgos de su carácter en la colaboración pasada, la vida y obra de Nerón son conocidas más por sus desmanes que por la obra positiva en favor de la administración imperial. Su período se asocia con la tiranía y la extravagancia, así como la de las ejecuciones sistemáticas de sus enemigos reales o imaginarios y el asesinato de Agripina, su madre, ordenada por él mismo, así como de su hermanastro Bitránico. Se dice, además, que mandó matar a dos de sus esposas: Claudia Octavia y Popea Sabina, ésta última a quien propinó un puntapié en el vientre estando embarazada, provocándole la muerte así como al feto; se ha informado por los historiadores que se casó con uno de sus esclavos de origen griego de nombre Esporo, quien tenía un gran parecido físico con una de sus consortes fallecidas, nuevo cónyuge masculino a quien ordenó castrar, maquillar y vestir como mujer para emular sus recuerdos maritales, ordenando, además, a sus allegados a tratar a su nueva pareja como si fuera su anterior esposa; es de sobra conocido el episodio (aunque controvertido) en el cual Nerón manda incendiar el centro de Roma con la finalidad de despejar el lugar y, una vez en la reconstrucción, erigir su obra de arquitectura predilecta: la domus aurea, un palacio majestuoso propio del gobernante más excéntrico y poderoso de aquéllos tiempos; tan ha sido la mala fama, real o imaginaria, creada por este último suceso referido, que hasta la actualidad

nos llega la imagen de un deschavetado emperador tocando la lira y recitando poemas en lo alto de una colina, mientras Roma ardía en llamas. Nerón era aficionado a la conducción de cuadrigas, al arpa y la poesía y participó en varias competiciones a lo largo y ancho del imperio, en donde siempre ganaba dichas contiendas con la complicidad de los jueces.

Lo cierto es que la conducta afectada del emperador, cierta o no, exagerada o precisa, afectó los intereses de la élite en el poder, la estabilidad política y la buena marcha del gobierno, por lo que en los años 67 o 68 Cayo Julio Vindex, uno de los gobernadores de territorios romanos, se reveló en contra del emperador, y, aunque fue derrotado, prendió la mecha del inicio de los acontecimientos que terminaron con la huida y suicidio de Nerón, el ascenso al trono de Galba y el inicio del momento conocido como “el año de los cuatro emperadores”.

En la colaboración pasada anoté, lo cual es válido para este artículo que: “…somos espectadores del fin del período de un presidente de nuestros vecinos del norte, a quien, muchos de sus coterráneos, han comparado con el emperador en comento y le han atribuido acciones, conductas y decisiones muy parecidas a las que observó Calígula (ahora Nerón) en aquéllos entonces, dispensadas las necesarias diferencias de los paralelismos por los diversos momentos históricos. La biografía de los gobernantes que se han caracterizado por la megalomanía, las locuras, ocurrencias, derroches, caprichos, mentiras y conceptos similares y adyacentes, nunca terminan bien.”

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