ColumnasDr. Guadalupe Estrada R.

De la Educación.

Por: Dr. José Guadalupe Estrada Rodríguez

En su obra clásica “Emilio o De la Educación”, Rousseau nos presenta una historia novelada de cómo considera se debe educar a un ciudadano ideal. Recordemos que corría el año de 1762, y si bien desde los griegos se propusieron diversos métodos pedagógicos de cómo instruir a las generalidades andantes, es hasta esta época cuando se empezó a considerar al gobierno, y propiamente al moderno Estado naciente, como el responsable de la educación de las masas. Por ello la importancia de esta inicial obra para los posteriores desarrollos sobre filosofía y política educativas.

Estas anotaciones de Rousseau, junto con las de Locke, constituyen ciertamente la base sobre las propuestas posteriores en esta área, incluso hasta nuestros días. Estos autores daban una especie de guía específica desde los primero años del individuo hasta los de la capacitación para el trabajo, de cómo formar “buenos ciudadanos”, lo cual convierte este libro probablemente en el primer tratado que expresa abiertamente las concepciones liberales de la época en la materia. El texto se divide en cinco apartados: el primero de la lactancia a los dos años, el segundo de los dos a los diez años, el tercero de los diez a los quince años, el cuarto de los quince a los veinte, y el quinto relacionado a la adultez, matrimonio, familia y educación de las mujeres.

Estudiado desde nuestra perespectiva contemporánea, las recomendaciones que hace nos parecerían actualmente un tanto hilarantes y probablemente ridículas, sin embargo, recordemos que jamás podremos juzgar ideas de hace cientos de años con las perspectivas actuales, pues diversos aconteceros nos iluminaron de manera muy diferenciada. Encontraremos, por ejemplo, recomendaciones para “endurecer” el cuerpo de los infantes y no mimarlos demasiado, cómo aprovechar las energías de los adolescentes, la exploración activa del ambiente como método de enseñanza, el trabajo y la sociedad, consejos para el perfeccionamiento del juicio en una edad madura, la crisis de la pubertad, la educación moral de las pasiones, el rechazo a la educación religiosa (se puede ser bueno sin saber nada de Dios), etcétera.

Hay una sección específica referida “al trabajo y la sociedad”, donde Rousseau establece que Emilio, su personaje novelado, debe conocer las artes industriales, en las que los diversos sujetos que viven en sociedad deben repartirse y dividirse el trabajo, pues todo buen ciudadano debe ser una persona últil a su comunidad. Como trabajar es un deber indispensable para el hombre social, Emilio debe necesariamente aprender un oficio y se hará carpintero, y deberá, adicionalmente, entender la función del dinero.

Es a todas luces ilustrativo este libro, pues desde aquéllos ayeres se ha entendido que una función importantísima de la educación pública, aparte de la socialización, es formar individuos que sean útiles a la sociedad, ello desde el punto de vista de los bienes y servicios que pueden proporcionar a la comunidad en la que van a vivir, por ello, me parece terminantemente impensable, como de una pesadilla pedagógica, incubada por las más cavernarias filosofías educativas, el que se pretenda actualmente suprimir de la educación básica la enseñanza de las matemáticas, del español, de las reglas elementales de la ortografía y la redacción, de la ciencias naturales, y de tantas y tantas otras asignaturas que constituyen las bases de otros saberes del suyo necesarios e indispensables en los tiempos que corren, y se pretenda, además, que el pueblo bueno y sabio en una asamblea deliberativa sobre el destino filosófico de la nación, va a ser capaz de formar seres humanos útiles en el siglo de la biotecnología, la robótica, la nanotecnología, los viajes interplanetarios, la fusión nuclear, los implantes cerebrales y las computadoras cuánticas.

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