ColumnasDr. Guadalupe Estrada R.

De Vapeadores.

 

Por: Dr. José Guadalupe Estrada Rodríguez.

 

Pensamos que es una pésima idea prohibir legalmente los vapeadores. No se gana nada y si se pierde mucho. Hasta el mismo que los veta, pierde. La idea puede parecer beneficiosa desde un enfoque de salud pública, pero presenta desafíos y efectos secundarios que pueden hacerla menos efectiva o incluso contraproducente.

 

Mercado negro y falta de regulación. Prohibir los vapeadores podría dar lugar a un mercado negro. Esto hace que sea imposible controlar la calidad de los productos vendidos, exponiendo a los usuarios a riesgos mayores, como líquidos adulterados o dispositivos defectuosos. Al no haber regulación, se pierde la oportunidad de imponer estándares de seguridad en los productos.

 

Desplazamiento del consumo hacia productos más dañinos. Muchos usuarios de vapeadores son personas que buscan una alternativa menos nociva al tabaco tradicional. Al prohibirlos, es posible que regresen a fumar cigarrillos convencionales, que son significativamente más dañinos, o bien, allí están el resto de las drogas, que aquí se reparten como antaño la leche.

 

Falta de educación sobre riesgos relativos. Los vapeadores no son inocuos, pero son considerados por algunos estudios como menos dañinos que los cigarrillos tradicionales. Prohibirlos puede desalentar la educación y el diálogo sobre sus riesgos relativos y cómo usarlos de manera responsable.

 

Pérdida de control fiscal. En lugar de prohibirlos, México podría regularlos e imponer impuestos específicos, lo que generaría ingresos para programas de salud pública. Al prohibirlos, el Estado pierde esta oportunidad de recaudación y control.

 

Efecto contrario al objetivo de salud pública. En lugar de reducir el consumo, la prohibición puede aumentar el interés en el producto, especialmente entre los jóvenes, debido al atractivo de lo prohibido. Lo prohibido es lo más deseado, dicen.

 

Impacto en la industria y el empleo. Prohibir los vapeadores afecta a la economía, especialmente a pequeños negocios que dependen de la venta de estos productos. Además, perjudica a los consumidores legítimos que buscan acceso a alternativas al tabaco.

 

El lugar de simplemente prohibirlos, se debería regular su venta. Como se hace con el alcohol, prohibir su venta a menores de edad, obligar a un etiquetado donde se anote a los fabricantes a declarar los ingredientes que tienen, así como los riesgos asociados a su uso, asegurar que estos dispositivos cumplan con determinados estándares de seguridad y, por supuesto, aplicar impuestos que desincentiven el abuso de los mismos.

 

Una prohibición total puede parecer una solución rápida, pero sus consecuencias pueden complicar más el problema. La regulación es un camino más efectivo para proteger la salud pública y reducir riesgos. Como siempre, la historia se nos olvida: véase la prohibición del alcohol en nuestro vecino del norte y la negra experiencia que surgió de ello.

 

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