ColumnasDr. Guadalupe Estrada R.

Contra El Estado De Derecho.

Contra el estado de Derecho.

Por: Dr. José Guadalupe Estrada

Lo que ahora les voy a contar no es una ficción, sino hechos reales, contados directamente por quién los vivió y sufrió, y, evidentemente, sin hacer mención de nombres reales, lugares precisos o cualquier circunstancia que pudiese llegar a identificar a los participantes, pues esos datos son secundarios dadas las intenciones de pedagogía jurídica que pretende el presente.

Jorge Chávez había egresado hace ya varios años de la carrera de Derecho, se desempeñó como un regularmente buen estudiante e hizo una maestría en el área Penal por haber sido un campo de interés personalísimo durante sus iniciales estudios, pues la lógica precisa, parecida a las matemáticas, de la Teoría General del Delito le parecían que eran la culminación de las Ciencias Jurídicas, aspecto este último que muchos tratadistas negaban.

Precisamente por estas inclinaciones hacia los aspectos del crimen y su nivel profesional, había sido invitado a desempeñarse como Agente del Ministerio Público durante algunos años, luego como coordinador general en algún escalón de esa dependencia de persecución del delito, lugar donde, aparte de cursos de capacitación en el ámbito teórico, también recibió instrucción importante en el manejo de armas y en algunas técnicas y prácticas propiamente policiales en el aspecto de operación táctica. Estos gustos lo llevaron también a pertenecer a un club cinegético y a convertirse en un excelente tirador, habiendo ganado varios concursos regionales y primeros lugares en alguno que otro nacional. Actualmente se desempeña como abogado litigante, defendiendo casos seguramente imposibles, dadas las condiciones de inseguridad rampantes por todos lados.

Una noche, justo antes de dormirse en su recámara, que se ubica en la planta superior de su vivienda, y precedentemente todavía de haberse desvestido para los sucesos que tienen lugar junto con Morfeo, escuchó algunos ruidos, como cuando se quiebra un cristal, y que parecían venir de la sala o de la cocina que se ubican en la planta inferior. Como era de esperarse en un sujeto con los antecedentes que acabamos de mencionar, siempre tenía un revólver calibre .38 en uno de los cajones laterales de uno de los burós que se ubicaban en los costados de su cama. Presto, tomó el arma, se la colocó, por costumbre, en su cintura por la parte de la espalda y procedió a bajar para saber el origen del desconocido sonido.

Justo traspasando la puerta de entrada, a la que habían roto un vidrio y había sido forzada la chapa por la parte de adentro, se encontraban tres adolescentes de entre catorce y diecisiete años, armados uno con un bate de béisbol, otro con un machete y el otro con un tipo desarmador que seguramente había sido usado para abrir la cerradura. El primer pensamiento que tuvo en ese momento el personaje de este relato fue sacar el revólver y tirarle a cada uno en el pecho un certero balazo, que, calculó, tenía amplísimas posibilidades de dar en el blanco, pues la distancia corta y su ubicación por encima de unos cinco escalones, le daban condiciones inmejorables para tal acierto. Pero en ese instante pasaron por su mente, como dicen que pasan por los recuerdos de quien va a morir, diversos cuestionamientos relacionados con la legítima defensa que eventualmente alegaría ante las autoridades: ¿me acreditarían la presunción de dicha excluyente de responsabilidad penal por estar en mi hogar? ¿considerarían esa introducción en mi domicilio como una agresión real, actual o inminente y sin derecho? ¿si mato a esos menores de edad no consideraría un juez un exceso en la defensa? Y así, otras reflexiones legales más, que lo hicieron titubear en lo que iba a hacer.

Quizá para fortuna de todos, los muchachos le dijeron que sólo querían el dinero que tenía, el aludido les aventó su cartera y les dijo que era todo lo que poseía, la agarraron y corrieron casi en estampida por donde habían entrado.

En un país, donde alguien con los antecedentes mencionados, tiene serias dudas en ejercer un derecho del todo no solamente legal, sino justo y legítimo, temeroso de caer en las garras inmundas de un sistema al que más le interesa criminalizar como delincuentes peligrosísimos a empresarios y contribuyentes, donde Guardia Nacional recibe instrucciones de no tocar, ni con el pétalo de una rosa, a las bandas de la delincuencia organizada y donde la violación de la ley pareciera se una constante cosmológica hasta en los discursos de nuestros gobernantes, no nos queda otra más que encomendarnos a Dios cada vez que salimos a la calle y hasta cuando estamos en casa, como en el relato anterior.

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